Expertos del Centro de Arqueología subacuática de Catalunya (CASC) han localizado en uno de los pecios hundidos en la cala de Aiguablava de Begur un ánfora única hasta ahora en el Mediterráneo. En su pared lleva inscrito en tinta negra su contenido Oleum Dulce. Este descubrimiento, que ya se ha publicado en la comunidad científica, permite esclarecer un doble misterio. Por una parte qué tipo de aceite contenían las ánforas de tipología Dressel 20 parva,ya conocidas, y por otra, cómo se transportaba el aceite de cocina utilizado para elaborar algunas recetas romanas. La última campaña en este yacimiento ha sacado a la luz otras piezas únicas como una copa de cristal, un cesto de achicar agua o el anillo del capitán con un sello para lacrar contratos.
“La importancia de la cala de Aiguablava radica en que es una parada específica en la navegación para atravesar el Cap de Begur”, asegura el Director de CASC, Gustau Vivar. Ha destacado la dificultad que representa atravesarlo durante un temporal, a pesar que el Cap de Creus se lleve toda la fama. Seguramente esta es la causa de que históricamente haya sido un fondeadero para las embarcaciones a cabotaje que se han refugiado en él durante los temporales de tramontana y levante. Cinco barcos se hundieron en esta bravas aguas, tres de ellos romanos.
Pero la excepcionalidad del emplazamiento, estudiado desde el 2006, viene dada por la localización de los restos de estas naves. El Aiguablava V, del s. II a.C. transportaba ánforas procedentes de Italia y el Aiguablava I, del I a.C., exportaba vino de la costa catalana hacia Narbona. Sin embargo en esta campaña de excavaciones 2014, la última que, por el momento, se hará en este fondeadero, el protagonista ha sido el pecio conocido como Aiguablava VI, de finales del s.II d.C. Un violento temporal lo hundió boca abajo a unos tres metros de profundidad. Su cargamento, interesante según los arqueólogos por su “heterogeneidad”, lo formaba productos de diferentes puntos del Mediterráneo. Destaca la localización de ánforas de la Bética, unas con aceite y otras con salazones, ánforas africanas, griegas y del sur de Francia con vino y un cargamento de tejas.
Entre todo ello brillan con luz propia dos ánforas que se han conservado en perfecto estado con un titulus pictus (estampación) escrito en su pared. En una de ellas, única por ello, se puede leer en tinta negra “Oleum Dulce”. “Es la primera vez que se encuentra el contenido de este tipo de ánfora, es muy conocida, pero hasta ahora no sabíamos qué llevaba, sabíamos que aceite, pero no sabíamos qué tipo ni para qué”, ha explicado el responsable del CASC. El Oleum Dulce, es muy fácil de encontrar en los textos en latín referentes a recetarios de cocina romana, concreta. La segunda ánfora lleva inscritas en tinta roja las iniciales OD, y “la gran suerte”, según el experto, ha sido “encontrar la inscripción entera, porqué simplemente con eso no podíamos descifrar su significado”. Ánforas de este tipo hay muchas en Roma, “pero allí ninguna llegó con la tinta conservada, así podemos decir que para entender Roma se tendrá que pasar por Aiguablava”, mantiene.
Otra “maravilla” localizada en este pecio ha sido una copa de cristal con decoración de hilos serpentiformes incoloros que podría ser de finales del s.II a.C. Se trata de la primera hallada sumergida bajo las aguas del litoral catalán. Los expertos creen que se ha conservado gracias a que el barco dio la vuelta, la carga le cayó por encima y quedaron espacios. Para Vivar, “ésta tuvo la gran suerte de quedarse entre los espacios para poder conservarse en perfecto estado durante siglos”.
Los arqueólogos también han localizado un cesto, “una pieza extraordinaria” en estado “excepcional” que según Vivar servía para achicar el agua que entraba en el barco. Es uno de los pocos localizados en el mediterráneo de esta época, y está en proceso de conservación. También se está tratando un anillo con un pequeño sello con una decoración de una figura humana representada en pasta de cristal. Posiblemente era propiedad del capitán y utilizado para lacrar y cerrar contratos. Además, la localización de una moneda del 166 d.C. ha facilitado la cronología del barco.