Los pecios de algunas culturas marítimas no se han encontrado jamás, y no por falta de búsquedas.
Localizar barcos modernos perdidos en el mar puede ser una tarea hercúlea incluso con tecnologías de radar, sonar y satélite. Pero encontrar un pecio milenario resulta todavía más complicado. Es como buscar una aguja de madera en un pajar, solo que parte de la aguja se ha podrido.
Pero los arqueólogos submarinos no cejan en su empeño, porque dar con uno de estos pecios sería acceder a un rico tesoro de conocimientos sobre los navegantes de la antigüedad, desde sus técnicas de construcción naval a sus rutas marítimas pasando por sus socios comerciales.
Conociendo esos vínculos mercantiles, los investigadores comprenderían mejor las economías antiguas y verían las culturas en un contexto más amplio, afirma James Delgado, director de patrimonio marítimo de la Administración Oceánica y Atmosférica Nacional de Estados Unidos (NOAA).
A la hora de localizar pecios antiguos el principal problema radica en que las naves solían ser de madera prácticamente en su totalidad, explica Cemal Pulak, arqueólogo náutico de la Universidad Texas A&M de College Station (Texas). Y la madera sumergida en el mar tiene todas las de perder por culpa del molusco broma.
Este animal perfora la madera hasta convertirla en una suerte de queso gruyer. Puede desintegrar las partes expuestas de un pecio de madera en apenas cinco años, dice Pulak. Para que una nave antigua sobreviva ha de estar protegida: enterrada en sedimentos o bajo un montón de ánforas, por ejemplo.
Así es como sobrevivió cerca de 2.000 años en el fondo del Ródano una barcaza del Imperio romano de 31 metros de eslora. Unos buzos la descubrieron, prácticamente intacta, asomando de un montón de lodo y ánforas desechadas en Arles (Francia). (Más información sobre el barco romano en el número de abril de 2014 de National Geographic.)
Aunque las naves que suelen buscar los arqueólogos acostumbran a estar en mucho peor estado, los avances de las tecnologías de inmersión y sonar les aportan esperanza. Conforme avancen las técnicas de detección, los investigadores quizás sean capaces de localizar vestigios cada vez más ocultos de pecios antiguos enterrados en el lecho marino, dice Delgado desde la NOAA.
Los océanos del planeta ocultan los restos fantasmales de incontables naufragios. Los siguientes ejemplos son algunos de los que encabezan la lista de deseos de cualquier arqueólogo submarino.
Oceanía
La colonización de Oceanía, en el Pacífico Sur, es una de las grandes historias de la migración humana. Las primeras poblaciones –como los polinesios– lograron cruzar miles de kilómetros de mar abierto, explica Delgado, llevando consigo alimentos delicados como el taro, que se estropea fácilmente con las salpicaduras de agua salada.
Localizar alguna de las embarcaciones en las que navegaron supliría con datos fehacientes las tesis especulativas de la arqueología sobre la llegada de los humanos a Australia hace decenas de miles de años, dice. «No se sentaron sin más en un tronco y se pusieron a remar», añade Delgado. (Sepa más sobre la migración humana a Australia.)
Los minoicos
Cualquier nave de la civilización minoica –centrada en Creta – sería un hallazgo fabuloso, afirma Shelley Wachsmann, arqueólogo náutico de la Universidad Texas A&M. Se ha localizado parte de la mercancía de una embarcación minoica que surcaba las aguas del Mediterráneo hace entre 4.700 y 3.500 años, pero no la nave en sí.
Poco se sabe de esta cultura marítima. «Por lo visto fueron los grandes exploradores de la Edad de Bronce», explica Wachsmann, y se han encontrado vestigios de su existencia en pinturas y frescos dispersos por todo el Mediterráneo.
En este fresco minoico se distingue un barco en un puerto.
Ilustración de Gianni Dagli Orti, Corbis
En tales imágenes aparecen naves largas e hidrodinámicas, muy parecidas al barco-dragón chino de hoy, dice Delgado. Pero sin un pecio material, los arqueólogos no pueden hablar sobre ingeniería náutica minoica más que con especulaciones.
Wachsmann ha buscado pecios minoicos en las aguas de Creta, pero en vano. Si están ahí, las embarcaciones naufragadas probablemente yazcan bajo capas tan gruesas de sedimento que la tecnología actual no tiene posibilidad de localizarlas.
Pueblos marineros
Aquellos navegantes de los siglos XIV-XII a.C. «eran coaliciones de gentes originarias de Italia, las islas de la zona y Turquía», dice Wachsmann. En sus inicios se asemejaban bastante a los vikingos: tribus que se aliaban para saquear las ciudades del litoral mediterráneo. Los filisteos de la Biblia se consideran parte de esa coalición.
Algunas poblaciones marítimas utilizaban una embarcación diseñada por una civilización antigua, la micénica, que floreció en Grecia en el período 1600-1100 a.C. «El barco micénico es el precursor del trirreme griego –dice Wachsmann–. Es una nave increíble de la que no nos ha llegado ni una astilla.»
El trirreme griego
Esta embarcación de guerra es célebre por su papel en la batalla deSalamina, en la que los griegos repelieron a las huestes invasoras del persa Jerjes en el año 480 a.C. Los arqueólogos cuentan con dibujos, textos descriptivos y ejemplos de astilleros de la antigüedad, pero a día de hoy no han localizado un solo trirreme.
«La construcción del trirreme antiguo es un tema controvertido», dice Katy Croff Bell, oceanógrafa y exploradora National Geographic. En los años ochenta un equipo de investigación llegó incluso a fabricar una réplica para descubrir cómo los construían. (Haz clic aquí para vervídeos de la réplica en el mar.)
De vocación ligera y rauda en su diseño, el trirreme medía unos 37 metros de eslora y unos 6 de manga. La nave llevaba 170 remeros dispuestos en tres niveles a cada lado (de ahí su denominación). Estaba armada con espolones de bronce –se ha localizado alguno– para golpear los buques enemigos. (Capitanee su propio trirreme en este juego de ordenador.)
«En mar abierto no creo que encontremos jamás un buque de guerra», dice Pulak , de la Universidad Texas A&M. Probablemente los arqueólogos tendrán que buscar en puertos de la antigüedad que la arena haya cegado con el tiempo.
Así es como salió a la luz en Estambul un tesoro de 37 barcos –siete de ellos buques de guerra– hundidos entre los siglos V y XI de nuestra era. En 2004 las obras de un tren subterráneo dieron con el yacimiento, localizado en un barrio céntrico contiguo al Bósforo. (Descubra más sobre los pecios de Yenikapi.)
Naufragio faraónico
Los anales de la arqueología incluyen la historia de un sarcófago egipcio tragado por el mar. Comienza en 1837, cuando un aventurero británico llamado Howard Vyse barrenó las pirámides de Gizeh para explorar mejor sus interioridades. En la cámara mortuoria principal de la pirámide construida por Mikerinos (quien reinó del 2490 al 2472 a.C.) descubrió un sarcófago de basalto vacío.
Vyse decidió enviar la pieza –de tres toneladas de peso– al Museo Británico de Londres, pero el barco se fue a pique en algún punto del Mediterráneo en otoño de 1838. En el Registro de Siniestros y Contingencias de la aseguradora Lloyd’s, la entrada del jueves, 31 de enero de 1839 consigna que el barco «zarpó de Alejandría el 20 de septiembre y de Malta el 13 de octubre rumbo a Liverpool y no se tienen noticias de él».
En 2008 las autoridades egipcias articularon un proyecto preliminar de búsqueda del pecio y su inestimable carga, pero la iniciativa tuvo un cortísimo recorrido por las turbulencias políticas que atraviesa el país. Hasta la fecha el magnífico sarcófago sigue aguardando, junto con incontables vestigios y pecios de la antigüedad, en las profundidades insondadas del mar.
fuente nationalgeographic