Tras sufrir una embolia en 2005, Jack O’Neill redució al mínimo su papel en la empresa –O’Neill– que él mismo había creado 53 años antes, en San Francisco, y que hoy en día domina el mercado mundial de los trajes de neopreno.
En junio del 2017, acompañado por la familia en su casa de Santa Cruz y por causas naturales, el corazón de Jack O’Neill ha dejado de latir. Su legado, sin embargo, perecerá en el tiempo en cualquiera de los deportes que se practican en frías aguas, del kite al surf pasando por el kayak o el buceo.
Antres del traje de neopreno
Jack O’Neill nació en Denver (Colorado) en 1923, creció en Portland (Oregon) y más adelante se trasladaría con su familia a California, de donde ya no se movería.
Leñador, taxista, pescador o vendedor de extintores son algunos de los trabajos que hizo antes de descubrir que su sitio estaba dedicándose a su gran pasión: el bodysurf con el que se congelaba cada vez que se metía en las frías aguas del Pacífico.
A menudo lo hacía solo, porque entonces el surf no se parecía en nada al boom actual que está viviendo. En otras ocasiones, junto a algunos amigos, con quienes habían probado de resguardarse del frío con jerseis de lana, hogueras y hasta con varios licores.
Todo cambia en 1952
En 1952, con 29 años, Jack O’Neill monta en San Francisco (California) una de las primeras tiendas de surf del mundo. Para hacerse una idea de hasta qué punto era innovadora, la llamó simplemente ‘surf shop’.
Allí presentó el primer prototipo del traje de neopreno tal y como lo conocemos hoy en día. Gracias a que tras mucho tiempo de investigar y experimentar con materiales, un amigo de la UC School of Pharmacy, Harry Hind, le presentó este preciado material: el neopreno.
Poco se imaginaba este reconocido pionero del surf que con este traje rompería barreras geográficas y cualquiera podría meterse en el agua en cualquier época del año, surfeando hasta en el Ártico o en la Antártida; y que el surf se convertiría en una industria de 6.000 millones de dólares.
‘Pirata’ Jack O’Neill
EN 1959, O’Neill se mudó a Santa Cruz, donde abrió otra surf shop en Cowell Beach, un sitio mucho más rural que veía los surfistas “como vagabundos”, según relata él mismo en una entrevista en The Cronicle en 2012. Cuenta, como anécdota, que un amigo suyo quiso hacerse policía y cuando le vieron la tabla en el coche le dijeron: “los surfistas no pueden ser policías”.
Ante esta situación, siempre actuó para conseguir un cambio de percepción del surfista. Hizo amistades importantes tanto en el mundo de los negocios como en el de la política.
Poco a poco lo consiguió, porque dicen de él que era un genio del marketing. De hecho, en 1971 tuvo un accidente surfeando que le hizo perder la visión del ojo izquierdo y le obligó a ir con un parche. Muy ‘pirata’ todo. Pues incluso eso, junto a su barba blanca, lo consiguió convertir en una herramienta para engrandecer su leyenda.
Más allá del surf
Jack O’Neill también fue marido de Marjorie, su mujer, que murió en 1972 no sin antes haber dado a luz hasta a seis hijos. Uno de ellos, Mike, murió en 2012. Le acompañaron en su muerte su actual mujer Noriko, sus hijas Cathi, Bridget y Shawne, sus hijos Pat, Tim (Lisa) y Jack Jr, así como sus nietos Uma, Riley, Connor, Bridget, Phoenix y Kodiak.
Además, su faceta de inventor y de ir innovando sobre su primer prototipo de traje de neopreno, se extendía a otros ámbitos. Fue, de hecho, de los primeros en volar con globos aerostáticos recreativamente (y por ello tenía su casa con las paredes llenas de imágenes en blanco y negro de dichos artilugios), así como inventó el sandsailer, un vehículo a vela sobre ruedas para ir por la arena.
Porque tenía espíritu aventurero, inventor, surfista. Y tenía, y tiene, el respeto de la industria y la comunidad del surf en todo el mundo. Gracias por todo Jack O’Neill. Descansa En Paz.
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